Es una tarde de cielo gris.
Al entrar a la casa, lo primero que veo es la fotografía de Pablo Emilio
Escobar Gaviria, el otrora rey de los capos y narco más buscado del mundo. La
fotografía, sacada de una revista y puesta sobre un marco de vidrio en el
centro de la sala es el adorno principal del lugar. Su cara no revela nada
sobre su vida y sin reconocerlo muchos de los que pasan por allí lo observan
sin percatarse de su identidad. Han pasado casi 17 años desde su muerte y para
entonces yo solo era un niño de cuatro años, sin embargo, al ver la imagen
logro identificarlo.
Su cara en la fotografía
parece estar mirándome, como si sus ojos quisieran contar alguna historia. Una
historia jamás contada y escondida en oscuros rincones que se ocultan de la luz
pública, en donde solo es visto como un demonio. El cielo gris ahora se ve
alumbrando después de cada relámpago y la lluvia que cae con fuerza parece indicar que con solo pensar en este
personaje, hasta las fuerzas de la naturaleza emergen con rabia, por eso nadie
habla de él, por eso su nombre casi nadie lo pronuncia.
Su figura es la de cualquier
persona, por lo tanto no es un demonio, no aparenta ser un monstruo. Por el
contrario lleva ropa deportiva y su cara deja entrever que era un apasionado
del deporte, especialmente del deporte extremo. Lo único que permite saber que
se trata de un delincuente, es la suma de dos mil 700 millones de pesos que se
ofrecían como recompensa por su captura
y que aparece en la foto en la parte inferior del recuadro. Difícil
imaginar que Pablo, por quién se entregaba tan exagerada suma de dinero con tal
de capturarlo, diera sus primeros pasos en el tenebroso mundo de la
delincuencia como ladrón de lápidas y tumbas de los cementerios.
Tal vez para ese entonces
todavía era muy joven y robarle a los muertos sus únicas pertenencias le
causaba la adrenalina que se produce al practicar cualquier deporte extremo.
Aunque robar no es un deporte por más extrema que sea la situación. Quizás
iniciar en esta disciplina marcaría su inexorable destino y lo llevaría a
ocupar a temprana edad el lugar en el que se encontraban sus primeras víctimas.
Cuando la gente habla de
Escobar, mencionan lo cruel y atroz que fue con sus enemigos; los métodos
inhumanos que usó para contrarrestarlos, como el atentado a un avión de
Avianca, ocurrido en noviembre de 1989, en el que murieron 197 personas, o el
bus bomba al frente de un edifico de la policía secreta en la que el número de
fallecidos fue de 70. No obstante al observar la foto, me nace la inquietud
sobre cómo sería su relación con sus amigos, su imagen permite creer que parecen
más acertadas las historias que lo exaltan como un Robbin Hood, que durante
varios años ayudó a familias pobres y víctimas del sistema social, ubicadas en
los tugurios de Envigado y Medellín.
¿Qué sería del país si Pablo
Escobar no hubiera existido? Son anacronismos en los que todavía nos detenemos
para tratar de imaginar que viviríamos en un país diferente, pero que no
garantizan que el curso habría sido
mejor y libre de tantas vicisitudes.
Tal vez Pablo Escobar fue un
géminis, es decir una persona con dos caras: una buena y una maligna, donde la
antagonista se impuso a la buena y ejemplar. De pronto la imagen que capturó el
lente fue la cara inocente que luchaba por salir de las tinieblas, y que hoy,
casi 17 años después trata de mostrarse por medio de una fotografía que permita
descubrir al genio que nunca vio la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario