viernes, 12 de abril de 2013

El último día en el pueblo



Introduzco mi mano en una bolsa negra: y cierro los ojos. Los abro. Es una mañana de lluvia tierna que al caer sobre el techo de zinc arrulla el espacio. Rayos de sol, que se cuelan entre las nubes, llegan a mi memoria y evoco esos dulces recuerdos del lugar bendito donde me crié, de ese pueblito que nunca olvidé pero que nunca recuerdo.

Me asomo al frente de mi casa. Me encuentro con el color de la tierra mojada y el río, que con sus aguas color panela, pasa apresurado y arrastrando pedazos de madera. Estoy de vuelta al castillo del cielo azul, ahora tengo cuatro años.


Vivo allí por el trabajo de mi madre que es profesora, y mi padre, que con su familia trabajan en las minas de oro que abundan en la región.

Agarro mi bicicleta y salgo a dar un vistazo, todo está igual. Es un pueblo aislado por el río cauca, al que solo puede entrarse en una de esas canoas con motor. Allí no es común ver un carro, por lo que no es peligroso que ande en bicicleta. Salgo por la calle principal, que como todas las del pueblo es un camino destapado y de piedras, donde las casas hechas de material, madera y caña flecha se intercalan unas con otras.

Después de varias cuadras y caras conocidas, llego a una casa singular, situada en medio de grandes y hermosas plantas de flores que aromatizan su entrada. En el interior, una señora con el pelo blanco y de avanzada edad, me hace una cordial bienvenida. Es mi bisabuela.

Sobre el patio reposan las aguas de una laguna a la que llegan todo tipo de pájaros. Entre ellos el cazador de niños, el que le saca los ojos a picotazos para luego devorarlos. Con la curiosidad de ver un pequeño poni, tipo de caballo que no es común ver en el pueblo, me arriesgo a ser agredido por el temido Chavarri.

Mientras todos trabajan, yo me paso la mañana sumido en el mundo fantástico de la infancia, el juego. Ya casi es medio día y regreso a mi casa para alistarme para ir a mi clase. Estoy en preescolar y mi profesora no es otra que mi madre.

El salón de clases, es uno de los dos salones que se encuentran separados del colegio. Allí solo se enseña a niños de preescolar, y sus paredes, pintadas con arcoíris y la imagen de pinocho, es el entretenimiento de la mayoría de la clase.

Suena el timbre. Terminaron las clases. Salgo del salón y lo primero que veo son unas maletas que auguran un inmediato viaje. Todo está listo, nos vamos ese mismo día. Mientras caminamos hacia el puerto, regreso mi mirada y veo atrás aquella niña, Juliana, una amiga de clases. Dicen que en la infancia todos tienen un primer amor, pues allí se quedaba, observando y con la mirada perdiéndose sobre el infinito. Mi primer amor era mucho más que eso. Era el pueblo entero. Ese lugar mágico e incomprensible, aislado de las ciudades, de las civilizaciones.

Todo se reduce en la última mirada. Esa fue la última vez que vi el pequeño pueblo. Ahora todo es borroso. Tal vez haya cambiado, y ahora sea un pueblo inmerso en las dinámicas del comercio del capitalismo, uno más de Colombia, con problemas de violencia y seguridad. Quizá siempre lo fue y nunca me di cuenta. Ya no lo recuerdo.

Cómo recordarlo si la última vez que lo vi, tenía cuatro años. Solo ahora, a mi llega la imagen de aquella niña, inocente y con su linda cara, en la cual, en sus orejas, traía colgando un par de aretes con pequeñas bolitas rosadas.

Saco la mano de la bolsa negra, con una sensación de nostalgia, tras creer que había tocado los pendientes, que fueron lo último que vi de aquel mundo de ensueños que duró muy poco.

1 comentario:

  1. ES MUY ROMANTICO ESTE TROPO..., ES UNA LINDA POESIA.

    ME ENCANTA LA PROSA, Y ENTRE ELLAS, LA QUE EVOQUE NOSTALGIA, QUE ES UNA DE LAS FACETAS DE MAYOR PREPONDERANCIA EN EL SENTIR POÊTICO...

    LO TRISTE, LO EVOCATIVO, LO AMARGAMENTE DULCE Y TODO EL CANDOR DE LA EXPRESIVIDAD DE LA NARRATIVA SON LOS ELEMENTOS QUE DAN ESE RIQUÎSIMO MUNDO DE POSIBILIDADES INTERPRETATIVAS..., LA MULTIVOSIDAD INTERPRETATIVA DEL LECTOR..!

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